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El Colegio Episcopal
                                                                                                                                         Por Alberto Gawronski

En 1968 se crea el Colegio Episcopal de Buenos Aires en el edificio donde había funcionado el Seminario menor en Jose Cubas 3675, pudiendo leerse aun sobre la entrada “Seminario Minus”. La piedra fundamental se colocó el 8 de noviembre de 1944 con la asistencia del Cardenal primado Monseñor Copello y el ministro de Obras Públicas General de División Luis Pistarini. La obra proyectada y dirigida por la Dirección General de Arquitectura duró en su ejecución algo más de los 24 meses en que estaba previsto inaugurándose oficialmente el 26 de julio de 1947.

En marzo de 1969 inicia con 36 alumnos el primer ciclo lectivo el Colegio Episcopal. Como hoy, se encontraba a su frente el Rector Padre Jose Domeneghini y como su asesor espiritual el padre Salvador Carlomagno, y en setiembre llega el profesor Miguel Esperón a quien se lo nombra Prefecto general para atender a la disciplina. El Padre Fernando Echeverría se sumará en 1971 haciéndolo al año siguiente los profesores Ernesto W. Ortmann y Raúl Quesada. Los profesores Rusticano en 1982 y Midolo en 1983 tuvieron a su cargo los talleres de electricidad y carpintería respectivamente.

En diciembre de 1973 termina la primera promoción y antes de esto ya la escuela tiene su identidad. Si bien es nueva lleva tras de sí la sabiduría jesuítica para la educación, los valores permanentes del clero secular y una fuerte inserción en la comunidad por el gran compromiso de las familias.

En 1975 al no poder la Curia seguir ayudando al Colegio, la vida de éste parece llegar a su fin, pero gracias a un grupo de padres entusiastas se crea la Fundación Comunidad Educadora Episcopal. Que hoy dirigen con esmero y tenacidad Fernando Carballo, Rodolfo Fanuelle y su grupo de padres. Ingresa aquel mismo año como secretaria Gladys Piscitelli, eficiente e insustituible, amiga y confidente de los alumnos. En 1982 se inicia un expediente para unir los talleres al bachillerato y en 1990 se firma la resolución Ministerial pertinente. El estudio de la computación incentivado en los últimos tiempos aplicados a todas las asignaturas llevados a los talleres permite dar a los alumnos nociones de robótica.

El amplio edificio es de formas modernas con predominio de líneas rectas en un marco de sobriedad e imponencia. Su superficie es de 10.820 m2 dispuesta en tres plantas. En la más elevada se encuentran los dormitorios de los padres superiores, en el primero y parte del segundo hay cuatro dormitorios con capacidad para 80 camas cada uno. En planta baja se ubican aulas comedores, talleres, cocinas, patios, laboratorio y una amplia y hermosa capilla.

Los alumnos son corresponsables de la educación, lo que los hace activos permitiéndoles valorar los espacios para la reflexión que el colegio les ofrece. El alumnado se ocupa también de la limpieza del colegio y la atención del comedor, lo que acentúa el espíritu de camaradería. Gracias a que están especializados en carpintería y electricidad (últimamente se agregó automotores) y dado la gratuidad de la escuela son ellos quienes también se encargan del mantenimiento.

Se vive así un profundo sentimiento de tradición que se alimenta con las distintas promociones. Hoy los profesores en muchos casos son ex alumnos de la escuela. Todos aquellos que pasaron por sus aulas entienden este modelo de educación que tiene a Jesús y a María como referentes. El amor a María lo viven en las peregrinaciones a Lujan, donde asiste toda la comunidad. El amor a Jesús, en las misiones que llevan adelante los alumnos de 4to y 5to año.

Campamentos y retiros de verano en Bariloche que comenzaron a realizarse desde 1970 coadyuvan a la enseñanza que se desea brindar por el carácter formativo y unir al disfrute del paisaje con aprender a convivir y templar el espíritu.

Buscando el logro individual, la escuela desde siempre escuchó a los alumnos y les dio libertad. El objetivo es desarrollar personalidades libres y responsables y éticas que crezcan con amor al prójimo, valorando las cosas simples y entregándose a reverenciar el evangelio desde lo que uno es y siente.

Muchos jóvenes han crecido en sus aulas y tomaron distintos caminos, profesionales, sacerdotes, universitarios, etc., pero en todos quedó el sello del Episcopal, por eso todos los años vuelven a la escuela y sus risas se confunden con las de los más jóvenes y sus relatos tienen algo de común: la tradición y el amor al colegio. 

Articulo publicado en Aniversario n° 3 Junio 1997.