Café de García
Por
Lorena García
Podría afirmarse, sin temor a equivocarnos, que los cafés de la ciudad de Buenos
Aires, pertenecen a la identidad porteña casi desde la fundación. Se podría
aseverar también que no hay porteño que no tenga su “café”.
Desde la época colonial existieron lugares de encuentro y reunión donde el juego
y el refrigerio iban de la mano. En el campo fueron las pulperías y en la ciudad
fueron tomando diferentes nombres, usos y costumbres.
Originariamente en este tiempo, se dio autorización para funcionar bajo el
nombre de “casas de expendio de bebidas”. Posteriormente y hacia principios de
1600 hay autorizaciones para que comiencen a funcionar las “tabernas” donde se
agregaba el espacio de hotel con servicio de restaurante.
En época de unitarios y federales ya había algunos que diferenciaban el derecho
de admisión entre su clientela.
Hacia fines de 1870 y comienzos de 1900 con la llegada de la inmigración masiva
comienza a desarrollarse este negocio del “Café”. De la mano de la colectividad
española poco a poco se van afincando sobre la avenida de Mayo estos negocios ya
definidos como “Cafés” y donde prácticamente va tomando su esencia que se
continúa hasta nuestros días.
Para los políticos estos espacios sobre la avenida eran un punto de reunión muy
cómodo entre la sede del Congreso Nacional y la Casa Rosada.
Diversos grupos de colectividades, poetas, músicos y militantes políticos de
distintas ideologías fueron tomando “posesión” de estos bares ubicados en esta
arteria y los cafés fueron así –de a poco- diferenciándose por ejemplo en
literarios, políticos, de poetas con peñas literarias.
El “café” dio paso a la “confitería”, donde el mobiliario (manteles, adornos,
vajilla, cortinados), la comodidad del cliente y el “servicio de te” encuentra
la gran diferencia con el café.
Los cafés en general nacieron como reductos de encuentro destinados
fundamentalmente a un público masculino donde, con excepciones y ciertas
condiciones, se le habría la puerta a las mujeres. Recién hasta la década del
“60 del siglo pasado se podría afirmar que las mujeres ganan abiertamente este
espacio en el bar sin la necesidad de estar acompañadas o de disfrutar
exclusivamente del “salón familiar”.
Pero, toda esta evolución histórica quizá no ayude para comprender el lugar que
ocupa en el corazón de sus clientes el “Café de García”.
En 1998 se crea por ley número 35 la “Comisión para la protección y promoción de
los cafés, bares, billares y confiterías notables de la ciudad de Buenos Aires.
El”Café” ubicado en Sanabria 3302 esquina José Pedro Varela es uno de los
primeros junto con el tradicional Tortoni en ser reconocido con esta categoría
de “notable”.
Si bien pertenece a la familia García desde 1950, su origen se remonta a la
década del “30. Metodio y Carolina llegaron desde el barrio de Palermo con dos
hijos de 7 y 1 años al barrio de Villa Devoto. Allí compraron el fondo de
comercio junto con la vivienda y todos sus integrantes trabajaron
incansablemente. Sus hijos Hugo y Rubén, son hoy los continuadores de este
negocio.
Pero el describir al Café de García como un comercio podría llevarnos a un gran
error y estaríamos dejando de lado todas las emociones que se suceden una vez
que se traspasan sus puertas.
Como algunos cafés en la ciudad tiene sus características particulares que lo
diferencian. Desde la calle los vidrios anuncian “Billares”, pocos bares quedan
hoy en Buenos Aires con este juego que tiene sus seguidores diariamente. Pocos
bares quisieron mantener el encanto de esos espacios para el juego y colocaron
más mesas para el consumo de los clientes.
El billar sigue siendo aquí un punto importante de encuentro para los
parroquianos que los une entrañablemente a carambolas imborrables logradas en
esas mesas. Las ventanas guillotina, el piso damero blanco y negro, los tableros
de ajedrez y cada uno de los objetos exhibidos y de uso son parte del mobiliario
que distingue al café, pero sin duda, -aquello que lo diferencia más que sus
objetos- es el hilo invisible que une a cada una de las personas que lo visitan
casi ritualmente. Algunos como parte de la rutina diaria, otros con nostalgia de
amigos del pasado, unos como el punto de reunión con los muchachos, otras
familias y amigos para disfrutar hoy la clásica picada.
Cuando la familia llegó a nuestro barrio, había en las cuadras circundantes
alrededor de diez fábricas y talleres, por supuesto, éste no era el único de la
zona. El movimiento de los obreros marcaba el ritmo: por la mañana muchos de
ellos pasaban por el café, compraban su diario y lo leían mientras desayunaban.
Algunos llevaban un sándwich para media mañana. Por la tarde y llegada la noche
también era refugio de otros clientes que se reunían a charlar con “los
muchachos”. Hoy el Clarín y revistas como El Gráfico, Weekend o Noticias, son un
servicio que se da a los parroquianos.
Con el correr de los años las costumbres y los “bolsillos” fueron cambiando,
pero el café tiene hoy la curiosa conjunción de unir el pasado con el presente.
Sobre sus paredes podemos observar los más variados objetos: algunos de uso
cotidiano, recuerdos deportivos, escolares, fotografías familiares, documentos,
herramientas, instrumentos musicales, revistas, partituras.
Recomiendo como una aventura pasar para descubrir cada uno de esos objetos que
fueron propios de la familia y otros donados por sus habitués en diferentes
épocas. Carteles antiguos de Cinzano y de Naranja Bilz, fotos de Alfredo
Distefano, Pelé o Nicolino Loche, la camiseta firmada por Diego Maradona, viejas
pelotas de fútbol y banderines de Boca Juniors o Velez Sarsfield acompañan el
salón principal donde la barra ocupa un lugar muy generoso a quien quiera
utilizarla.
Cada uno de estos objetos cobra vida cuando las personas que pasan frente a
ellos se detienen y lo unen al recuerdo de su historia personal.
Separado del espacio del café hay un pequeño y cálido hall donde se refugian las
fotos y documentos familiares, los documentos y fotos de Gardel, los
reconocimientos oficiales y el imperdible texto dedicado de Alejandro Dolina
“Instrucciones para elegir en un picado”.
El salón que continúa a este hall invita a una intimidad diferente. Allí los
recuerdos se multiplican: acordeones, violines, relojes, cajas de caramelos Tofi
o de Torta Paradiso, la clásica cabeza de Geniol, duchas de porcelana,
herramientas del oficio de carpintero utilizadas por al abuelo materno, una
partitura de Cuartito Azul con la dedicatoria del maestro, “Para Carolina y
Metodio con el afectuoso abrazo musical de Mariano Mores”, firmado el 4 de
diciembre de 2000. Distintos modelos de planchas junto a ejemplares de Simulcop
o de la revista Canal TV, sifones, publicidades de ventas de terrenos de la zona
de Villa del Parque y Devoto de 1908 junto a los almanaques de Alpargatas nos
trasladan también a diferentes épocas.
En este ámbito y en todo el café los jueves, viernes y sábados se sirve la
imperdible picada que además de contener variedad de fiambres agrega buñuelos de
pescado, empanadas, croquetas, calamares, entre otros ingredientes y como cierre
turrones, almendras, champagne y pan dulce. Toda una fiesta para el paladar y el
encuentro una vez más.
Los clientes que visitan el café son en su mayoría gente del barrio de Devoto y
alrededores y según sus dueños la relación con todos es como si fueran de la
familia. Según Hugo “ellos saben todo de nosotros y nosotros sabemos todo de
ellos”. Sin dudas los mozos afianzan estos lazos ya que algunos trabajan allí
desde hace 25 años y puede oírse que los llaman por su nombre en lugar del
clásico “mozo” y que la relación es muy estrecha y de plena confianza.
Los sonidos en un café son fundamentales para reivindicar como propio este
espacio social: desde las mesas se puede escuchar a Serrat o Edith Piaff. El
sonido de la máquina de café expreso es una nota más que se suma en una orquesta
insondable de melodías que se suceden a lo largo de la mañana. El saludo de
“hasta mañana” o “buen día” de un cliente al que todos desde casa mesa responden,
las cucharitas de la taza se acompasan con el timbre del teléfono de la década
del “50 sonando estruendosamente, los sonidos de las voces de los jugadores
junto al susurro constante de las bolas de billar y los tacos.
El pasado y el presente se unen en los objetos y en los sonidos y también en las
diferentes generaciones que lo visitan.
Una pequeña niña de 3 años se acerca con su mamá para decir tímidamente con el
dinero en la mano: “cobrame García”. Otra señora nos cuenta con orgullo que
conoce el café desde que su padre la llevaba siendo una niña y que incluso, su
tío, había donado una radio. Ella continúa con esta costumbre “porque es también
una forma de reencontrarse con ellos”.
El bar tiene tres entradas una por José Pedro Varela, otra por Sanabria y la
tercera por la esquina, todas están abiertas como una invitación para encontrar
y descubrir la identidad de nuestro pasado y nuestro presente.
Bibliografía:
Revista Todo es historia n° 333 Abril 1995
Cafés de Buenos Aires, Edición Comisión para protección y promoción de los
cafés, bares,
billares y confiterías notables de la Ciudad de Buenos Aires.
G.C.B.A. 1999
Libro de bares vida social
Cafés de Buenos Aires, Sencilla historia. Vol. n° 1 Rafael Longo Edic Librerías
turísticas. 1999
Álbum para el recuerdo, Asociación de hoteles, restaurantes, confiterías u
cafés. Tomo I, 1995 y
Tomo II, 2002
Agradecimiento especial a Hugo y Rubén García y clientes.
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