Home
Institucional
Efemerides
Revista
Artículos
Galería de Fotos
Bibliografía
Miscelaneas
Material Editado
Taller de Historia
Noticias
Sabías que ...
Comisión Directiva
Contacto
 
 
 

Seminario Metropolitano (2º Parte)
Aportes a la memoria histórica del Seminario Inmaculada Concepción
en el primer centenario de la piedra fundamental. 1897- 17 de mayo de 1997

                                                                                                                                  Por Lic. Mario Aurelio Poli

Descartada, pues la posibilidad de hacer un nuevo edificio en las inmediaciones de Regina Martyrum, el sucesor de Escalada, Monseñor Federico Aneiros, comenzó a pensar en su traslado hacia algún punto periférico de la capital, que ofreciera garantías de silencio y recogimiento, a la vez que fuese de fácil comunicación. A su muerte, el Vicario Capitular Juan Agustín Boneo nombró una comisión pro-seminario, presidida por el entonces Monseñor Espinosa, futuro Arzobispo, y quien con el tiempo, fuera la persona señalada para completar la obra de sus antecesores. Dicha comisión tomo activa gestión durante el episcopado de Monseñor Uladislao Castellano. Entre otras propuestas se optó por adquirir un amplio predio en Villa Devoto, que entonces ocupaba casi seis hectáreas.

Una obra de envergadura, como la que nos ocupa, primero hay que soñarla, después imaginarla, para luego tomar coraje y ejecutarla. No menos importante es sortear los obstáculos que nunca faltan para llevarlo a cabo, y aun después, lo más difícil quizá, mantenerla. Por sus dimensiones e implicancias, que van más allá de lo meramente edilicio, El Seminario, como sucede con los grandes emprendimientos humanos, fue el resultado de sacrificios y desvelos de muchos hombres y mujeres de la iglesia. El diseño del espacio edilicio estuvo a cargo del ingeniero civil Pedro Coni, quien en 1896, presento a la comisión ejecutiva de la obra – en ese momento presidida por Monseñor Terrero- una memoria descriptiva del anteproyecto. Los planos adjuntos revelaban una ambiciosa propuesta, que el profesional describía de la siguiente forma “El edificio total se divide en dos grandes pabellones con su frente principal sobre la calle Caracas (hoy José Cubas), ambos de forma rectangular y midiendo el de la izquierda 123 metros de frente por 75 metros de fondo, y el de la derecha 127 metros de frente por el mismo fondo. Entre estos dos pabellones queda libre una fracción de terreno reservado para la iglesia, de algo más de 30 metros por 60 de fondo, en cuya ubicación resultará el centro de la fachada de la iglesia en eje de la calle Edimburgo (hoy Emilio Lamarca)”.

Basta recordar estas líneas del documento para advertir que la idea original era repetir en forma simétrica el actual edificio del otro lado de la Parroquia, donde se encuentran actualmente el Colegio y la Vicaría Episcopal. No sabemos si la comisión aprobó sin más el primer bosquejo, pero como luego quedó demostrado, en la medida en que se fue construyendo, las dificultades económicas hicieron más realista el proyecto.

A propósito de los recursos iniciales que hicieron posible el Seminario, es justo mencionar en este momento a quienes fueron los principales benefactores. Por sus significativos aportes a la obra de las vocaciones se destacaron: el de Don Tomás de Anchorena, quien costeó las dependencias donde se levantaron las clases de Teología Dogmática, Teología Moral, Filosofía, Derecho Canónico y la misma biblioteca de la casa, además de las galerías y otras dependencias; del mismo modo, la donación de Doña Isabel Elortondo de Ocampo; y debemos reconocer los importantes subsidios, que en diferentes momentos de la construcción hiciera presente el Gobierno Nacional. Por su parte la Señora Mercedes Castellano de Anchorena asumió íntegramente la construcción del templo dedicado a La Inmaculada. En memoria de su hijo Nicolás.

La primera mudanza de Regina a Villa Devoto se hizo en enero de 1899 y en marzo de ese año se inauguraron los cursos de filosofía y teología, ahora dictados en amplias e iluminadas aulas. Durante las primeras décadas de este siglo la imponente silueta del Seminario Metropolitano, cuyo frontis revela en refinado estilo francés, quebraba el horizonte de un barrio que por entonces contaba con muy pocos edificios que compitiesen con su esbelta y noble construcción. Pero, digámoslo, al Seminario no lo constituyen sólo las paredes, eso resulta obvio. En todo caso, con el tiempo, el edificio pasa a ser el referente afectivo, como lo es la casa materna. El Seminario, desde su origen, fue concebido, fundamentalmente, como un símil del Colegio Apostólico, donde los jóvenes seminaristas modelaban su corazón a semejanza del Único Sacerdote Jesucristo, según el ideario que la iglesia iba renovando a la luz de los signos de los tiempos. Inspirándose en ese proyecto educativo, la vida cotidiana del Seminario Conciliar estaba dominada por el clima de oración, silencio e intimidad divina en la frecuencia sacramental, en el recogimiento. De esa forma se lograba un ambiente propicio a la dedicación y contracción al estudio, donde no faltaba la sana alegría y el solaz esparcimiento de los juegos y el deporte, en síntesis, el seminario era concebido como un pequeño mundo de puertas adentro, donde maduraba la vida de los discípulos enamorados de Cristo y de su iglesia, preparándose espiritualmente para las exigencias del ministerio sacerdotal y al servicio de la salvación de las almas. En tal sentido, un documento rector del magisterio pontificio que tuvo amplia repercusión en el clero católico, fue la exhortación apostólica del Pio X, Haerent Animo Penitus (4-8-1908), sobre la santidad de la vida del sacerdote.

Inmediatamente, a los logros edilicios, que se fueron completando por partes merced a generosas donaciones, le siguieron otros no menos importantes para la formación integral de los alumnos. Nos referimos al área intelectual, que constituye uno de los capítulos más interesantes de la vida de nuestro Seminario. Durante la sesiones del Concilio Plenario de América Latina, convocados por León XIII y celebrado en la ciudad de Roma en 1899, los obispos en pleno, dispusieron que a falta de de Universidades propiamente dichas en América –sin duda, aludiendo al proceso de secularización estatal de las existentes desde la Colonia-, se pudiesen establecer Facultades de estudios eclesiásticos, con la posibilidad de acceder a los grados académicos, hasta el momento, exclusivos para quienes cursaban sus estudios en Roma. En la Argentina, la cuestión se hizo de imperiosa necesidad cuando al principio de nuestro siglo fue laicizada la Universidad de Córdoba y quedaban suprimidas las facultades de Teología, Filosofía y Derecho Canónico. Estas y otras razones, motivaron a que Monseñor Espinosa, junto a los obispos sufragáneos, solicitará a Benedicto XV el beneficio de contar con las mencionadas facultades en el Seminario de Buenos Aires. La carta colegial fue fechada el 16 de enero de 1915 y tuvo una rápida y favorable repuesta del Santo Padre para crear las dos primeras, pero no así la de Derecho Canónico. Para su adaptación a las normas romanas, la Sagrada Congregación de estudios, impuso un programa especial de materias, equiparadas al estudio que por entonces regían los Gimnasios europeos, exigiendo los cursos de humanidades y ciertas proposiciones obligatorias que debían ser tenidas en cuenta en la formulación de las tesis filosóficas y las teológicas. El Breve Pontificio Divinum Praeceptum fue expedido el 20 de marzo de 1915. Llegó a Buenos Aires en enero del dieciséis y en marzo se inauguraron los nuevos cursos ad experimentum. Muy pronto egresaron las primeras promociones con títulos académicos de bachiller, Licenciado y Doctor en Sagrada Teología y Filosofía. Los nuevos programas adaptados a las exigencias romanas, aunque inicialmente resultaron inalcanzables, trajeron grandes beneficios al clero, cada vez más preparado para hacer frente a los desafíos del Siglo. El magisterio de León XIII colaboró a elevar los estudios eclesiásticos, con las encíclicas Aeterni Patris Unigenitus Filius (4-8-1879) –sobre la restauración de la filosofía cristiana conforme a la doctrina de Santo Tomas de Aquino-, y Providentisimus Deus (18-11-1893) –sobre el estudio de la sagrada Escritura. No menos importante fue la encíclica Humani Generis Redemptionem, de Benedicto XV sobre la predicación de la divina Palabra (15-6-1917).

Por decreto de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades del 8 de diciembre de 1944 se erigió nuevamente y en forma definitiva la Pontificia Facultad de Teología, que hoy, con entidad propia, integra la Universidad Católica Argentina de Santa María de los Buenos Aires, donde nuestros seminaristas comparten con laicos y religiosos, una formación de excelencia. Creo que no hace falta agregar nada más sobre los profundos vínculos que unen a ambas instituciones, que desarrollan su vida en este generoso y ya secular edificio.

A la vida cotidiana del Seminario, durante las décadas del 30 al 50, estuvo asignada por una gran estabilidad institucional, que favoreció, por un lado, a dar intensidad y seriedad a la formación humana y espiritual de los seminaristas, por otro, a desarrollar una febril actividad intelectual que se traducía en un sinnúmero de actividades afines. En nuestros archivos están las publicaciones de libros, algunos de ellos de significativa trascendencia como el Teología de Ascética y Mística, de Zinmermann, compuesto y diagramado totalmente por los alumnos: las colecciones de efemérides y anuarios, gramáticas de latín, griego y hebreo, etc., y la tan recordada revista de circulación interna, conocida por el sugestivo nombre de Poco y Bueno, la que llena casi dos décadas de nuestros anales. Con menor tiempo de vida, la revista de los seminaristas argentinos editada en la casa Laudetur.

La devoción mariana tenía dos ámbitos tradicionales donde se la fomentaba y cultivaba; la Congregación Mariana de San Luis Gonzaga para los menores y la de San Juan Berchmans, para los mayores. Durante este período fueron apareciendo tres documentos que hicieron en la formación espiritual de los jóvenes estudiantes; la Enc. Ad catholici sacerdotii dignitatem de Pio XI, sobre el sacerdocio católico (20-12-1935), Exp. Ap Menti Nostrae de Pio XII, sobre el fomento de la santidad sacerdotal (23-9-1950) y Sacerdote Nostri Primordia de Juan XIII, en el centenario de la muerte del Cura de Ars, modelo incuestionable del clero secular.

Fue en el transcurso de esta etapa que se producen importantes novedades relacionadas con la otra formativa; en 1938, gracias a la Fundación Josefina Elortondo de Bemberg, se abre el Instituto Vocacional San José en la localidad de San Isidro, que funcionó como Pre-seminario a cargo de las hermanas de la Virgen Niña, el 14 de enero de 1941, con la generosa donación que obtuvo de la Señora Devoto de Devoto – a la memoria de su esposo-, el Cardenal Santiago Luis Copello bendijo solemnemente el Seminario de vacaciones de San José, destinado exclusivamente, como lo testimonia una placa conmemorativa “a los bienamados seminaristas”, y el 26 de julio de 1947, construido con aportes del Estado Nacional, el mismo arzobispo bendijo las modernas instalaciones del Seminario Menor Metropolitano “Sagrado Corazón de Jesús”.

El ejemplo de vida sacerdotal y la sacrificada labor de los padres jesuitas dejaron hondas huellas en el alma y en la memoria colectiva, tanto en generaciones de sacerdotes como entre los feligreses del barrio de Villa Devoto. A modo de agradecimiento a la Compañía de Jesús, por los servicios eclesiásticos prestados durante siglos, en el difícil arte de la formación del clero, es justo que evoquemos dos de sus miembros más insignes.

El Padre German Rinsche, rector por casi veinte años en esta casa, el P. Agustín Nores, encargado durante mucho tiempo de la actual parroquia hasta su muerte acaecida en 1938, recordando por sus hijos espirituales como “sacerdote apóstol, religioso ejemplar, maestro abnegado, catequista incansable, padre de los pobres, consuelo de los atribulados”. Los unimos en cariñoso recuerdo porque el Padre Nores fue a la Parroquia, a los niños y a la labor catequística, lo que el padre Rinsche fue al Seminario, a los seminaristas y a la obra formadora de los futuros sacerdotes.

En 1960, los datos estadísticos muestran una población numerosa de seminaristas; 156 en el Mayor, 116 en el Menor y 44 en el Preseminario.

Tengamos en cuenta que durante mucho tiempo asistieron vocaciones de la diócesis del interior, tales como Bahía Blanca, Azul, Mercedes, Salta, Catamarca, San Nicolás, La Plata, San Luis, San Martín, Corrientes, Concordia, Morón, Avellaneda, Quilmes etc. También eran enviados de diócesis sudamericanas, tales como Perú, Bolivia, Paraguay, Brasil, Uruguay, Ecuador y Chile, y aun algunos alumnos de Nicaragua. Además durante el período de tiempo mas o menos largo, integraban el seminario novicios y formados de congregaciones religiosas, como los Palotinos, Misioneros de la Sagrada Familia y los Siervos de María.

En el mismo año, después de una ordenada y progresiva transición, el Seminario de la Inmaculada Concepción quedo nuevamente bajo la conducción del clero secular, esta vez en forma definitiva. Precisamente, la del sesenta fue una década difícil para la vida pastoral de la iglesia en general, y más aún para la formación sacerdotal en particular. Decir algo sobre las causas que motivaron ese desafuero merecería mayores precisiones, que escapan al alcance de esta memoria. Pero las consecuencias son por todos conocidas, entre ellas, las más dolorosas resultaron las deserciones sacerdotales, el virtual vaciamiento del Seminario, la confusión de ideales y la falta de motivaciones vocacionales. De hecho, es en ese período que cerró sus puertas el Preseminario y el Seminario Menor. Algunos recuerdan con espanto, el desenfreno de no pocos, que con cierta fobia iconoclasta arremetieron contra obras de arte, imágenes, retablos, vasos sagrados, etc., de lo cual hoy nos lamentamos sobremanera, ya que pertenecen al patrimonio secular de nuestra institución. Protagonistas de aquel momento nos hicieron notar que no faltaron sacerdotes, rectores, superiores y padres espirituales, quienes con espíritu eclesial y virtuosa paciencia sortearon el temporal, por lo que hoy son recordados con afecto. Una entrañable personalidad de esa época es la figura del Cardenal Eduardo Pironio.

En medio de esa crisis apareció la voz serena y firme de Pablo VI. Una de sus primeras directrices fue el motu propio Summi Dei Verbum, con motivo de celebrarse el IV centenario de la Institución de los Seminarios por el Cc. De Trento (4-11-1963). Luego del Concilio Vaticano II, no sin inspiración divina, hizo entrar un aire nuevo en toda la Iglesia y en especial renovó fundamentalmente las orientaciones sobre formación sacerdotal que nos llegaron a partir de los lineamientos que se desprenden del decreto conciliar Oplatam Totius (28-10-1965), y que la Sagrada Congregación para la Educación Católica interpretó magníficamente en la Ratio Fundamentalis o Normas Básicas para la Formación Sacerdotal de 1970. Ese Espíritu contagió entusiasmo y nuevas esperanzas. Ya en marzo de 1968, un grupo de sacerdotes que en aquel momento dirigían el Seminario Conciliar sintió la responsabilidad de poner en práctica las normas del Concilio en materia formativa y por tal motivo se decidieron a abrir el Curso Introductoria en el viejo edificio del Instituto Vocacional San José. El acento estaba puesto en dos objetivos fundamentales que rigen hasta el momento; el discernimiento vocacional de cada joven y la necesidad de un tiempo dedicado a la iniciación de la vida espiritual, a la formación intelectual y la convivencia comunitaria.

A partir de entonces el Seminario entró en una etapa de crecimiento y serenidad, sin lo cual es imposible llevar adelante un proyecto formativo. Ya estoy hablando del Seminario que me tocó vivir como seminarista primero y luego como formador. Mi generación recuerda con enorme gratitud y cariño la entrega generosa de nuestros superiores, y en especial la figura sacerdotal de Monseñor Alberto Carmelo Albisetti, quien fuera rector durante 12 años, recientemente fallecido el 21 de enero de 1994.

Des pues de que algunos pensaron seriamente en demoler el Seminario para construir otro en su lugar, durante los ochenta, por iniciativa y especial solicitud del Cardenal Juan Carlos Aramburu, sus dependencias interiores fueron modernamente acondicionadas, acordes con las exigencias u adelantos de la época.

Hoy bajo el gobierno pastoral del Cardenal Antonio Quarracino, quien prodiga habitualmente entre nosotros su paternal presencia, vivimos un Seminario que respira las orientaciones pastorales del Cc. Vaticano II, y que modernamente se hallan iluminadas por la Exh. Apostólica Pastors Dabo Vobis de su Santidad Juan Pablo II (25-03-1992). A la luz de sus criterios toda la actividad del Seminario no posee otro programa, sino el que gira en torno a un único objetivo “que los jóvenes seminaristas se formen verdaderos pastores de almas a ejemplo que nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor, y se preparen para el ministerio de enseñar, santificar y regir al Pueblo de Dios”. Lo demás se lo dejo al Padre Rector.

Pero antes quiero referirme a una solicitud del Santo Padre que nos toca muy de cerca “El mejor homenaje que podemos tributar a Cristo en el umbral del tercer milenio –sugiere el Papa- será la demostración de la omnipotente presencia del Redentor mediante frutos de fe, esperanza y caridad en hombres y mujeres que han seguido a Cristo en las distintas formas de vida cristiana, prestando atención a la santidad de quienes también en nuestro tiempo han vivido plenamente en la verdad de Cristo. Pienso que en los 375 años de vida que posee el Seminario desde su fundación, donde se enseñó y mantuvo el ideal su santidad de la vida cristiana, como siempre nos han enseñado nuestros padres espirituales, seguramente, que no fueron pocos los sacerdotes que se santificaron en el ejercicio del ministerio al servicio del Pueblo de Dios. Nos queda el desafío ineludible de reconocerlos y promoverlos ante la iglesia universal para “tributar a Cristo” su obra. 

Articulo publicado en Aniversario Nº 4 Julio/Setiembre 1997.